Era poco más del
mediodía, mantenía una conversación sin sustancia con un vecino
del pueblo, cuando la vi desaparecer ante mis ojos como si fuera el
cierzo mágico que viene y se va dejándose acunar por el viento.
¡Era ella!, una de mis musas
que daba la vuelta, se marchaba, y mientras tanto, yo quieto como un
poste, sin poder pensar, sin reaccionar y deseando terminar aquella
interminable cháchara.
Afortunadamente al rato
volvió acompañada de una mujer, aprovechando el pequeño desnivel
para contonearse con una gracia y un salero impropios de su edad.
Subí raudo a mi habitación en busca de mi cámara fotográfica,
pero cuando bajé ya no estaba.
Tal vez alguno de
aquellos dos antiguos musagetas la trajeran hasta mí, pero ni Apolo
ni Hércules consiguieron que permaneciera a mi lado por más tiempo
que el que duró aquella visión fugaz que me bombardeó el corazón
durante unos instantes y mi memoria durante días enteros.
No estoy triste porque,
aunque solo fuera un pequeño instante, la vi y aún retengo en mi
memoria aquella imagen de Zahira bajando alegre aquella pequeña
cuesta.
Aquella mujer que la acompañaba en la segunda ocasión, era en realidad mi ex, que con algunas o muchas artimañas consiguió en su día hacerse con la custodia. Ya la he perdonado por aquello, pero viendo ahora lo feliz que parecía la perra, me alegro de haberlo hecho.
Aquella mujer que la acompañaba en la segunda ocasión, era en realidad mi ex, que con algunas o muchas artimañas consiguió en su día hacerse con la custodia. Ya la he perdonado por aquello, pero viendo ahora lo feliz que parecía la perra, me alegro de haberlo hecho.