Hay
días en que todo te sale mal; que digo mal, rematadamente mal, te
levantas ya con una sensación extraña porque temes que un día tan
importante pueda irse al traste por algún detalle sin importancia;
no notas nada físicamente salvo un pequeño hormigueo en el
estómago, y tal vez percibes de pronto que no es el día de tu vida
en que más relajado te has encontrado pero como tampoco quieres
obsesionarte lo dejas correr.
Pero
el día sigue siendo extraño y tiras a tomar por el saco la cuchilla
de afeitar que tal vez deberías haber tirado hace ya unos días,
pero que hoy raspa que no veas.
Para
rematar la faena a la hora del desayuno no notas que le estés
levantando la voz a tu pareja, hasta que ella te lo recuerda con tres
cortas frases: “Ya está bien, ¿no?. Siempre igual” “vete
a la mierda”.
Pero
el día no se rinde y sigue su curso; no encuentras todo lo que ayer
mismo pensabas que habías dejado preparado y listo y recuerdas con
un par de tacos que prefiero no reproducir que no has pasado todos
los entrenamientos y que el reloj ya está casi lleno, por lo que
tras mirar el de la cocina y comprobar que de tiempo vas bien,
decides vaciarlo !inmediatamente¡, pero cuando ya lo has hecho, te
das cuenta que has borrado todos los datos y que no todos los habías
guardado en el archivo habitual.
Tienes
los billetes, la documentación personal, el mapa con el recorrido,
el material, y piensas que te sobra tiempo pero algo te ronda en la
cabeza que no te permite relajarte y te notas intranquilo, nervioso y
a un tris de perder los nervios, ¿qué se me olvida?.
Haces
un repaso mental en el que incluyes la que vas a llevar y lo que
necesitas para la competición y concluyes que todo está en orden, y
sin embargo y aunque ya no te sobra tanto tiempo, decides realizar
una inspección de urgencia en la que observas que tienes la camiseta
pegajosa a causa de un gel de última hora que en mala hora pillaste
con la cremallera; los vecinos que están acostumbrados a recibir tus
sonrisas se sonrojan y se tapan los oídos, pero ahora no estás para
florituras y te la suda lo que piensen, sobre todo porque ahora si
que ya no hay tiempo, de modo que tal como están las cosas decides
que ya es hora de partir y tras un beso casi forzado a tu pareja
sales pitando por las escaleras abajo porque como no podía ser menos
hoy no es día de ascensor.
Piensas
que así no hay quien rinda en una competición, y aunque hace unos
días los entrenamientos señalaban bien a las claras que estabas en
plena forma, hoy no las tienes todas contigo y las dudas superan a
las certezas.
El
día de la competición sonríes por obligación, porque hay que
mantener el tipo y aquí el que más y el que menos piensa que eres
una persona agradable, dicharachera y humilde, pero las dudas siguen
ahí.
La
carrera comienza y te dices que curiosamente no vas tan mal, e
incluso que vas bien, pero al primer tropezón ya te viene a la mente
lo de la cuchilla de afeitar, los gritos, el pringue de camiseta que
no has podido solucionar y que localizas perfectamente al lado
izquierdo de tu espalda y los ritmos decaen sin que te des cuenta, o
mejor dicho te das cuenta ¡claro que te das cuenta!, y es ahí
cuando la palabra “abandono” cobra sentido porque crees que estás
luchando contra imponderables, que la cosa tiene mala solución o
ninguna, de modo que te vas abandonando a la carrera pero sin prestar
demasiada atención, sin disfrutar, hasta que prácticamente no sabes
donde estás ni lo que pintas aquí.
Ya
no recuerdas la ilusión que te hizo saber que te habían dado una
plaza para esta competición en concreto; como la ilusión superaba
el sufrimiento cada día que entrenabas duro, el placer de irte a la
cama con la tarea hecha, y sobre todo la posibilidad que antes
considerabas fuera de tu alcance de poder competir precisamente aquí
donde hoy estás o tal vez no estás.
No
vas y sin embargo no te duele nada que te impida continuar, estás
más que harto de oír y repetir que en esto de la montaña la cabeza
lo es todo, pero decides que no es esta tu guerra y que son
demasiadas signos como para no hacerles caso, en este punto eres pura
desilusión, esto no lo habías entrenado; seguramente ni lo piensas,
o puede que no desees meditar sobre ello, pero sabes que esas señales
no han aparecido por arte de magia, y que todos podemos tener un mal
día, pero solo cuando la rabia, la furia y la ignorancia dejen de
poseerte, serás capaz de reconocer que el origen de todo has sido TU
MISMO.