Hace
unos días he mantenido una larga conversación con un amigo afectado
por un “ere”, escuchamos la palabreja un día sí y otro también
en la tele o la leemos en la prensa, pero pasa lo mismo que con los
muertos en África, en el mediterráneo o en cualquiera de esos
conflictos provocados que vemos a diario por el mundo, que te suena a
algo muy lejano y lo dejas correr.
El
tema central del diálogo, fue la situación laboral, pero
curiosamente, en ningún momento se centró en el individuo sino en
el colectivo, lo que ya da una prueba fehaciente de con qué clase de
persona estamos tratando.
Dicen
que nuevas leyes intentan cortar la vorágine de empresas que acuden
a los eres aún obteniendo beneficios, pero en este juego de cartas,
uno no puede evitar pensar en aquellos tahúres profesionales que
siempre llevaban más de un as en la manga.
Al
final, aunque bien podrían expropiar la empresa en beneficio de los
“no asalariados” para mantener no solo su trabajo sino una
actividad aún con futuro; al final digo, a la empresa se la deja
caer, el dinero se queda, pero el trabajador se va a la calle sin
cobrar y con un futuro muy incierto.
La
situación no difiere demasiado de la de otros “eres”, El lema es
“divide y vencerás”. En muchos casos se trocea la empresa por un
lado para facilitar su venta y por otro para que no haya una vuelta
atrás; luego se buscan los eslabones más débiles o más cobardes
de la masa laboral, primero sindicatos, luego trabajadores y por el
camino, se reducen sueldos y pagas, se materializan despidos hasta
dejar en nada a la masa laboral que es la que puede generar
conflictos y de paso se tantea una ayudita del gobierno que si cae,
difícilmente llegará a los bolsillos de los trabajadores.
Dejo
correr lo del negocio de los eres, pero lo que no puedo ni quiero
dejar pasar de largo, las trescientas veinte familias que no
ingresan una perra desde hace ya ocho meses.
Me
pongo a cavilar y me pregunto cómo es posible vivir tanto tiempo sin
ingresos, me imagino que en algunos casos, sobre todo a partir de
ciertas edades, puede que existan algunos ahorros, que tendrán que
estirar como si fueran chicle; otros andarán haciendo equilibrios en
la cuerda floja porque andan ya un poco justos; en algunos casos y
con el pelaje que tienen las residencias de ancianos, habrá que
traerles de vuelta a casa; como dicta la ley de Murphy, muchas
parejas habrán perdido también su trabajo, es más que probable que
a alguno le haya pillado la cosa con una compra a plazos, y no te
digo nada si hay hipotecas de por medio.
Sigo
cavilando y trato de ponerme ahora en el lugar del observador, porque
si me pongo del lado de mi amigo, solo de pensarlo ya sufro; pues
bien, yo creo que para el resto de los mortales en situación
“regular” (con un trabajo normalito), muchos pensarán que
sencillamente estas son cosas que pasan.
Les
observamos por la calle y no van desnudos, tampoco parecen
desnutridos, a algunos les vemos echarse unas risas mientras le dan
al bocata en tiempo de “piquete” y al final pensamos “tampoco
será para tanto”.
A
lo largo de la historia, religiones, reyes y gobernantes nos han
embutido la idea de que los de abajo, los “casi nadies”
que diría tal vez Galeano, están para usar, tirar y si se tercia
pisotear; tal vez a fuerza de repetir las cosas, nos hemos vuelto
insensibles al dolor ajeno (que debería ser nuestro dolor) y
finalmente convertimos varios cientos de personas en una cifra más.
Pero
para que no haya dudas, los propios trabajadores nos demuestran que
si son personas; con sus piquetes, con sus retos en bicicleta o a la
carrera si es preciso y con otros retos que van surgiendo de la
desesperación; porque si existe una solución, esta solo puede venir
de la acción, de la protesta, del no parar bajo ningún concepto
hasta encontrar una solución.
Uno
de los retos, ocho maratones seguidos y a la carrera hasta completar
los 320kms que representan las dificultades de esas 320 familias.
He
escuchado tras el considerable esfuerzo, algunas frases de estos
valerosos currantes de la ruta, y trato de ponerme en su lugar, pero
no lo consigo.
Intento
imaginarme que mecanismos internos posee el cuerpo humano, para
permitir a algunas personas llegar a situaciones límite sin que les
cueste la vida o una parte de ella; me pregunto en cuantas ocasiones
se cruzó por sus mentes la palabra derrota, o abandono, o rendición,
porque en el fondo ellos son conscientes de que su lucha no va a
producir resultados, al menos inmediatos lo cual a mí personalmente
me llevaría a una situación de profunda tristeza, o tal vez a una
honda depresión.
Sigo
meditando y al final caigo en la cuenta de que la clave está, en que
en realidad no corrían para sí mismos, sino para esas trescientas
veinte familias con sus hijos, sus padres y resto de familiares con
sus propios problemas particulares y ahora sí, ahora asoman las
primeras lágrimas en mis ojos, mientras que en el centro de mi
pecho, una especie de desasosiego que me sube directamente por la
garganta hasta nublarme la vista, me recuerda que yo también soy
humano, y que si no detenemos esta sangría, mañana mismo, bien
pudiera ser yo LA FAMILIA TRESCIENTOS VEINTIUNO.