No dejo de darle vueltas
y vueltas; no puedo evitar que constantemente me venga a la cabeza
esta curiosa palabreja:
DELICATESSEM.
Cada vez leo más cosas
relativas a los cada vez más numerosos corredores que prefieren
entrenarse y competir rodeados de montañas en vez de hacerlo por los
prados o el asfalto; y me he percatado, o al menos esa es mi
apreciación personal, de que son muchedumbre los que atesoran una
calidad fuera de lo común en este tipo de materias.
No podemos olvidar que
aquí todo hijo de vecino, cuando se lo curra como es debido, sufre.
No es un dolor o una enfermedad o un trastorno físico al uso, y sin
embargo es una mezcla de ambos, solo que la diferencia radica en que
es un castigo al cuerpo, intencionado, deliberado; provocado
conscientemente, cuya finalidad consiste en alcanzar un objetivo
concreto, que debería superar con creces esos sufrimientos intensos
que habitualmente denominamos “tormentos”, acumulados a lo largo
de horas, días, semanas, meses y años de duro entrenamiento.
En algún otro artículo
les he denominado “Toreros de las Montañas”; y quede constancia
una vez más, que aquí van incluidos todos, es decir ellas y ellos;
los buenos y los malos y hasta los más pésimos, esos que se
denominan a sí mismos , la purrela, la brizna, conscientes de que
no se ven capaces de alcanzar determinados niveles, pero conscientes
de que sin su participación, los demás no serían nada de nada.
Son muchos los objetivos
y muchos los protagonistas y es ley de vida que unos se acerquen
mucho, otros poco y algunos nada. Cuanto más se alejan de su
objetivo, mayor es el padecimiento. Es este otro tipo de dolor, tal
vez más importante y con mayores consecuencias que el provocado por
duros entrenamientos; pues lo físico, hablando de situaciones
normales, si no es en un día se solucionará en una semana o en un
mes; estamos hablando de un dolor que aún estando localizado en un
lugar imaginario, se siente como una terrible quemadura.
Al final resulta que
todos somos humanos, todos sabemos lo que es el sufrimiento, la
alegría, la decepción. Decepción; curiosa, palabra que nos llega
del latín y cuyo significado es: “engañar”, y que ahondando un
poco, podemos descubrir que tiene una intensa relación con la
infidelidad; y es que resulta que nos somos infieles a nosotros
mismos, osea, que nos engañamos convirtiendo en nuestra mente
situaciones solo probables en reales; hacemos cábalas sobre el
futuro, pero resulta que no somos dioses y a veces no salen las cosas
como las habíamos imaginado o calculado.
Y de entre esos “todos”;
existen grupos reducidos; a veces individualidades, que destacan
poderosamente del resto; entren por delante por el medio o no entren,
siempre sonríen como si todo hubiera salido perfecto; como si
estuviesen en un nivel superior; alguno incluso se permite el lujo de
dar una voltereta, aún no se si para demostrarse que una vez más lo
ha hecho, o para deleite de los observadores; el caso es que lo hace,
y por ese gesto se le conoce y reconoce .
Cada día estoy más
convencido de que esta gente, estos “toreros”, forman parte de un
grupo selecto de habitantes de este planeta; que están capacitados
para adaptarse a las peores situaciones posibles; son el néctar y la
ambrosía con la que se deleitaban los paladares griegos más
selectos y elevados; son, lo que en este país, hemos denominado un
“bocato di cardinale”, en definitiva, para entendernos, la “crème
de la crème”, osea: DELICATESSEM.