Crónica de mi
primer trotabuhos.
Estoy fundido, molido, derrengado,
hecho una caca; esta era la introducción de uno de esos libros que
comienzas pero nunca terminas y que me vale para reflejar como me
encuentro hoy.
Tengo el estómago hecho puré, y el
cuerpo como adormecido, no es dolor, es como un “ser y no ser”,
un “sentir y no sentir”; y para colmo como ya vaticinaba ayer
noche, no he pegado ojo.
Pero vayamos a los comienzos, pongamos
orden:
Hace unas semanas el
amigo Santiago me invitó a lo que él llama “trotabuhos”; que
consiste en correr por el monte de su pueblo y cuando la cosa se empina mucho, pues caminas.
Lo primero, siempre es lo
primero, de modo que le di al “on” de mi ordenador y tras algunos
intentos, conseguí varias respuestas a mis preguntas. La pregunta
era ¿que
hay que tomar cuando se sale por la montaña a correr?,
y las respuestas bastante similares todas ellas venían a decir más
o menos: “yo me tomo un gel cuando veo que decae la cosa y si me
duele algo un “enantyum” de cuando en cuando ; con eso y alguna
barrita, no hay montaña ni distancia que se me resista.”
Al día siguiente ya
tenía yo los geles, las barritas y los antiinflamatorios en la
mochila; además de, unas ampollas de no se que y el “farmatón”
para tomar durante unos días antes; de modo, que volví a casa con los
bolsillos vacíos, pero más contento que un mochuelo.
Por la información que
me habían pasado la cosa rondaría los 12kms más o menos (al final
venció el más sobre el menos), de modo que contaba con ser capaz
de finalizar con éxito el reto.
Llegó el día y me las
apañé para ir con uno del rollo de Santa Ana; ¡menuda mierda de
coche!, y el tío venga a contar películas, mientras, yo pensando
que a ese ritmo no llegábamos, y el otro dale que dale, que si no
pasas de 80km/h te ahorras una pasta y que si las suspensiones sufren
un 70% menos; eso si la calefacción a tope que me dio por abrir la
ventanilla y menuda la que me cayó.
Llegados a Castrocontrigo
ya andaba por allí la peña entre risas y bromas y en un plan, como
de ir al baile, que a mí, sinceramente me acojonó tanto que ya me
tuve que tomar el primer gel.
El amigo Santi, que
cuando habla es como el Gala, pero un poco más bestia; pidió
atención a grito pelao y para cuando terminó la arenga, estaban
todos los vecinos del pueblo asomados al balcón.
Que si se nos pierde alguno, que barro aquí y
allá, que si una pequeña destrepadita, un pequeño desnivel donde
había que ir con cuidado y no se que de meternos en la huerta de
un vecino.
Se suponía que la cosa
era en plan suave, pero ¡coño!, al cruzar la primera esquina, ya
estábamos todos en fila de a uno; evidentemente, yo viendo el
percal, me metí otro gel por si las moscas.
Ya antes de salir del
pueblo, la cosa se puso exigente; de modo que antes de que la cosa
fuera a mayores ¡zas! otro gel pal coleto. Salimos del asfalto y
decir que todo quisque llevaba su frontal, es mucho decir, porque de
repente apareció una luz por la derecha, que por un instante pensé
que era el bus de las doce; menudo susto; más tarde me dijeron que
era un tal badanas.
Estábamos ya por el
primer kilómetro y creía conveniente chuparme el primer enantyum, y
tengo que decir sinceramente, que no noté nada.
Hubo una pequeña disputa
a causa de quien llevaba la escoba, que ya me había pedido yo por si
las moscas, y no llegamos a las manos por un pelo, menos mal que
María intervino, porque si no le pego un repaso al fulano que pa
que.
Total que entre el
disgusto y que no parábamos de subir para arriba, esta vez me tomé
dos geles de una vez y si que me noté algo más ligero; la cosa
parecía que funcionaba hasta que me pequé un leñazo en el dedo
gordo contra un pedrusco que me hizo ver las estrellas; menos mal que
tenía mogollon de sobres, de modo que me chupé otro enantyum y listos
para la faena.
Estábamos ya
aproximándonos al kilómetro tres y no parábamos de subir y subir,
aquello no se acababa nunca, curva a izquierdas, luego a derechas
hasta que llegamos al primer avituallamiento, pero mira tu por donde
solo cervezas; ni orujo ni leches en vinagre, así que tocó
régimen.
No os lo vais a creer,
pero al poco rato comenzó a jalispear; ¡nieve a finales de marzo!,
luego cayeron cuatro gotas y el resto una estupenda noche estrellada
y buena temperatura; bueno, para mí no tanto, porque traía lo de las tres
capas, y otras dos por si las moscas, que había leído en el foro que
toda precaución es poca; el caso es que estaba sudando como un pollo
listo para desplumar.
Como viera que no podía
con la risa, esta vez me tomé dos geles y dos enantyum; por un lado
notaba cierta energía, pero por otro los músculos como adormecidos.
¡Y no habíamos llegado a la mitad!.
No voy a contaros todo lo
que sufrí, porque no merece la pena y lo único que voy a conseguir
es que os riais de mí, de modo que me voy al final directamente. El
Santi y otros cuatro o cinco me estaban esperando junto a una cruz de
madera, para entonces yo ya iba ciego total, sin pilas en la frontal
y cayéndome de la frente auténticas cascadas de sudor; ahora que lo
recuerdo, como que me pareció escuchar un “jo tío, ya era hora”;
el caso es que el jefe comentó algo de una bajada resbaladiza, y
eché mano al petate pero desgraciadamente ya no me quedaban ni geles, ni barritas,
ni nada, de modo que me tocó hacerla a pelo. El tortazo fue de
campeonato; lo más curioso es que ni me dolió y para colmo en la
bajada adelanté a tres o cuatro, con lo cual al final el resbalón,
me vino de perlas.
Para la hora de la
manduca, andaba yo un poco raro y no tenía ni gota de hambre, pero
con el mogollón de cosas que había allí no era cuestión de
hacerse el tiquismiquis, así que le eché mano a la tortilla, luego
a las empanadas, al caldo, y ni me acuerdo cuantas cosas más hasta
que llegó el postre y aunque ya estaba un poco lleno, no pude menos
de probar varias veces la tarta y el famoso bizcocho de mazapán de
Míriam, que el rata de Víctor no soltaba de la mano y que estaba para morirse.
Claro, ¡eché la pota!,
menuda agonía. Al volver al salón, como que escuchaba las voces en
diferido, hablaban de no se que media, de no se que comportamientos
inapropiados, de fantasmas, caraduras, de diecisiete kilómetros, de
pagar justos por pecadores y de no se que reglamento; el caso es que
a esas alturas de la peli, yo no se si escuchaba o me lo imaginaba,
pero por lo visto, solté de repente: “El reglamento está para
cumplirlo ¡coño!, y eso es lo último que recuerdo.
En casa me dicen que
tengo mala cara, que debería ir a urgencias; pero yo se muy bien lo
que es; está claro que no tomé suficientes geles.